Como si de un ritual llegado de lugares remotos se tratara, con más adeptos que la propia iglesia católica, secundaban en fila India expectantes y sin escapatoria, como ganado esperando el turno en el matadero, el registro minucioso, de toda cabeza, por temor a encontrar individuo, que hiciera despertar, la crueldad, de esos profesores, supuestamente, tan santos de oficio.
Ya años vuelta, y teniendo la imagen cruel y descabellada, a pulso supuestamente ganada, de tal criatura indefensa, de ojos resplandecientes y penetrantes, caminante sin camino, visitante del fuego bajo junto a un café del domingo, moradora de una Isla por descubrir y de sonrisas por compartir, espera, como antiguamente, aquellos pequeños alumnos en su día a día hacían, el llegar de ese mundo inhóspito, que el ser absorbe y con la boca abierta, a una deja.
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