Debe ser el viento polar que se adueña de los rincones de la ciudad, el que por las mañanas pide a gritos la compasión de todos esos vecinos que, por miedo a congelarse, cierran a cal y canto sus puertas y ventanas, para de alguna manera, no permitir que ese escalofrío que tanto añoran en las calurosas noches de verano, entre en su espacio de confort. Confort, que desde hace un tiempo, se va adueñando de las calles, el cual, con el pretexto de ampliar los parámetros, en los cuales satisfacer la seguridad de todos, oprime el tan añorado espacio de movimiento, donde este, cada vez esta más olvidado. Resulta difícil encontrar un rincón, que no este contaminado por todos esos medios de distracción ciudadana, donde el ciudadano, procura atrincherarse en su espaciosa casa, no sea que la pequeña calle, congele sus tan ansiados pensamientos.
Va llegando la navidad, y con ella, va llegando la frialdad, la ansiada felicidad material, las sonrisas de segunda mano, las miradas distantes y las cartas al capitalismo, camufladas de Olentzero, Papa no es y los Reyes inhumanos.
Lamentablemente, como cada año, programaremos nuestra agenda, para comprar, comer, beber, comprar, comer, beber y ensuciar. De modo que saciaremos todas esas buenas almas, que día a día, van adueñándose de nuestro espacio de tranquilidad, para desde sus medios de incomunicación ciudadana, dictarnos nuestras necesidades más necesarias, de modo que nos sintamos a gusto, con las directrices preestablecidas.
Personalmente, deseo para este año unos regalos llenos de sonrisas, abrazos, paseos bajo la Luna en compañía de ese solitario viento polar y por si todavía quedase sitio en la cesta, una buena sesión de cosquillas y por que no, una buena charla.
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